Durante décadas, uno de los principales objetivos de la Unión Soviética fue “desacoplar” a Estados Unidos de Europa. El desacoplamiento, como se le llamaba, rompería la alianza de Occidente que impedía que los tanques soviéticos rodaran por las llanuras prusianas.
Ahora, en cuestión de semanas, el presidente Trump ha hecho a Moscú el regalo que le fue esquivo durante la Guerra Fría y desde entonces.
Europa, abandonada, está conmocionada. Estados Unidos, una nación cuya thought central es la libertad y cuya vocación principal ha sido la defensa de la democracia frente a la tiranía, le ha dado la espalda a su aliado y, en su lugar, ha abrazado a un autócrata brutal, el presidente de Rusia, Vladimir Putin. Atenazada por una sensación de desamparo, alarmada por la colosal tarea de rearme que tiene ante sí, asombrada por el vuelco de la ideología estadounidense, Europa se encuentra a la deriva.
“Estados Unidos period el pilar en torno al cual se gestionaba la paz, pero ha cambiado de alianza”, dijo Valérie Hayer, presidenta del grupo centrista Renovar Europa en el Parlamento Europeo. “Trump se hace eco de la propaganda de Putin. Hemos entrado en una nueva época”.
El impacto emocional en Europa es profundo. En el largo viaje desde las ruinas de 1945 hasta un continente próspero, íntegro y libre, Estados Unidos fue basic. El discurso “Ich bin ein Berliner” del presidente John F. Kennedy en 1963 enmarcó la fortaleza de Berlín Occidental como una inspiración para los buscadores de libertad de todo el mundo. El presidente Ronald Reagan lanzó su desafío —“¡Señor Gorbachov, derribe este muro!”— en la Puerta de Brandemburgo en 1987. La historia europea también ha sido la historia de Estados Unidos como potencia europea.
Pero el significado de “Occidente” en esta period naciente ya no está claro. Durante muchos años, a pesar de las tensiones euroamericanas a veces agudas, la palabra denotaba un único actor estratégico unido en su compromiso con los valores de la democracia liberal.
Ahora existe Europa, existe Rusia, existe China y existe Estados Unidos. Occidente como thought se ha vaciado. No está claro cómo se llenará ese vacío, pero un candidato obvio es la violencia mientras las grandes potencias se pelean.
Por supuesto, como ha dejado claro el vaivén casi diario de nuevos aranceles, Donald Trump es impulsivo, aunque sus tendencias nacionalistas y autocráticas sean una constante. Es transaccional; puede cambiar de rumbo. En 2017, en una visita a Polonia durante su primer mandato, dijo: “Declaro hoy, para que el mundo lo oiga, que Occidente nunca jamás será quebrantado. Nuestros valores prevalecerán”.
Desde entonces, el presidente se ha despojado de los grilletes de ese pensamiento tradicional y del entorno republicano establecido que lo respaldaba. Parece ser un líder sin ataduras.
El reto para Europa es juzgar qué constituye una maniobra por parte de Trump y qué una reorientación autoritaria definitiva de Estados Unidos.
Una semana después de la desagradable riña en el Despacho Oval con el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, acusado de no dar las “gracias” por la ayuda militar estadounidense, que desde entonces se ha “puesto en pausa”, Trump ha acordado una reunión la próxima semana de funcionarios de alto rango ucranianos y estadounidenses. También ha amenazado con imponer más sanciones a Rusia si esta no entabla conversaciones de paz. Esto puede mitigar algunos de los daños, aunque parece existir poca o ninguna base para poner fin a la guerra instigada por Rusia.
“Sean cuales sean los ajustes de Trump, el mayor peligro sería negar su abandono de las democracias liberales”, dijo Nicole Bacharan, politóloga de la Universidad Sciences Po de París. “Trump sabe adónde va. La única postura realista para Europa es preguntarse: ¿Qué tenemos como fuerza militar y cómo integramos y hacemos crecer ese poder con urgencia?”
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, declaró esta semana que el continente se enfrentaba a “cambios irreversibles” por parte de Estados Unidos. Instó a una “financiación masiva compartida” para un rápido refuerzo militar europeo, anunció una reunión la próxima semana de los jefes de Estado Mayor europeos y dijo que “la paz no puede ser la capitulación de Ucrania”. También ofreció extender el paraguas nuclear francés a los aliados en Europa.
Estos fueron indicios de grandes cambios estratégicos. Pero en ningún lugar de Europa el impacto de la realineación estadounidense ha sido más desestabilizador que en Alemania, cuya república de posguerra fue en gran medida una creación estadounidense y cuya memoria colectiva mantiene sagrada la generosidad de los soldados estadounidenses que ofrecieron el primer socorro a una nación devastada.
Christoph Heusgen, presidente alemán de la Conferencia de Seguridad de Múnich, lloró el mes pasado al contemplar el closing de sus tres años en el cargo. Dijo que period fácil destruir un orden basado en normas y un compromiso con los derechos humanos, pero difícil reconstruirlos. Habló después de que el vicepresidente JD Vance acusara a Europa de negar la democracia al intentar bloquear el avance de los partidos de extrema derecha, incluido un partido alemán que ha utilizado lenguaje nazi.
“Fue un espectáculo horrible, el chico de los latigazos y el chico de los llantos”, dijo Jacques Rupnik, politólogo francés que ha escrito mucho sobre Europa central. “Europa debe dar un paso al frente ahora para luchar por la democracia”.
Para muchos alemanes, la thought de que Estados Unidos, cuyas fuerzas hicieron tanto para derrotar a Hitler, opte por acoger a un partido, Alternativa para Alemania, o AfD, que incluye a miembros que apoyan abiertamente a los nazis, se siente como una traición imperdonable. La AfD es ahora el segundo partido más grande de Alemania.
En palabras del historiador británico Simon Schama, entrevistado esta semana por la Australian Broadcasting Company, esto, combinado con la interrupción de la ayuda militar y de inteligencia estadounidense a Ucrania, al menos por ahora, constituye una “horrible infamia”.
El canciller conservador entrante de Alemania, Friedrich Merz, reaccionó con palabras que parecían el toque de difuntos del viejo orden. “Mi prioridad absoluta será fortalecer Europa lo antes posible para que, paso a paso, podamos lograr realmente ser independientes de Estados Unidos”, dijo. El gobierno de Trump, sugirió, period “en gran medida indiferente al destino de Europa”.
En unos instantes, cayó un triple tabú alemán. La Alemania de Merz saldría de la tutela estadounidense, examinaría la extensión a Berlín de la disuasión nuclear francesa y permitiría un endeudamiento creciente para financiar un rápido aumento de la industria de defensa.
Incluso en un momento de dificultades económicas, Alemania es un barómetro para Europa. Si la cooperación militar franco-alemana crece rápidamente, y se complementa con la participación militar británica, como parece possible bajo el mandato del primer ministro Keir Starmer, Europa podría desprenderse de su reputación de gigante económico y pigmeo estratégico. Pero no ocurrirá de la noche a la mañana.
Las principales potencias europeas, al parecer, han llegado a la conclusión de que Trump no es un caso atípico. Tiene mucho apoyo entre la creciente extrema derecha europea, que es nacionalista y antimigración. Es la encarnación estadounidense de una period de autócratas en ascenso para quienes las instituciones y alianzas de posguerra son obstáculos a un nuevo orden mundial construido en torno a zonas de influencia de grandes potencias.
Si Trump quiere arrebatar Groenlandia a un miembro de la Unión Europea, Dinamarca, ¿qué otra conclusión europea es creíble? El atípico de la última década parece ser ahora el presidente Biden, con su apasionada defensa de la democracia y de un orden basado en normas.
Por supuesto, los lazos entre Europa y Estados Unidos no son un asunto menor. No se desharán fácilmente; son mucho más que una alianza militar. Según las últimas cifras de la UE, el comercio de bienes y servicios entre la Unión Europea de 27 países y Estados Unidos alcanzó los 1,7 billones de dólares en 2023. Cada día cruzan el océano Atlántico bienes y servicios por valor de unos 4800 millones de dólares.
Desde que asumió el cargo por segunda vez, Trump ha afirmado, utilizando un improperio, que la Unión Europea “se formó para fastidiar a Estados Unidos”. Fue una afirmación típica de su visión antihistórica y de suma cero del mundo. De hecho, según cualquier evaluación razonable de los últimos 80 años, el vínculo euroamericano ha sido un motor de prosperidad y un multiplicador de la paz.
“La alianza se encuentra en un punto de tensión muy doloroso, pero yo no lo llamaría un punto de ruptura, al menos no todavía”, dijo Xenia Wickett, consultora radicada en Londres que ha trabajado para el Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos. Diferenció entre la exigencia de Trump de que Europa pague más por su defensa, una petición no poco razonable, y su acercamiento a Putin.
A dónde conduce ese acercamiento, si se mantiene, no está claro. Pero como dijo Schama: “Cuando recompensas la agresión, garantizas otra ronda de agresión”. Ucrania, para Putin, forma parte de una campaña mucho más amplia para deshacer la OTAN y la Unión Europea. Junto con China, en una asociación “sin límites”, quiere que su resurrección rusa ponga fin a lo que considera la dominación occidental del mundo.
Como Pierre Lévy, exembajador francés en Moscú, escribió el mes pasado en Le Monde: “Corresponde al pueblo estadounidense comprender que está en la línea de fuego de Putin: desoccidentalizar el mundo, acabar con la hegemonía estadounidense, poner fin al lugar dominante del dólar en la economía mundial y actuar con el respaldo de Irán, Corea del Norte y China”.
Por ahora, y por razones poco claras, a Trump no parece importarle. No está dispuesto a flaquear en su susceptibilidad de cero críticas a Putin. Europa, al parecer, simplemente tendrá que superar su estupefacción.
“A todos se nos rompe el corazón cuando nos despertamos”, dijo Bacharan.
Roger Cohen es el jefe del buró en París del Occasions, que cubre Francia y más allá. Ha informado sobre las guerras en el Líbano, Bosnia y Ucrania, y entre Israel y Gaza, en más de cuatro décadas como periodista. En el Occasions ha sido corresponsal, editor extranjero y columnista. Más de Roger Cohen